"Entre el inagotable caudal de palabras que sale de la garganta de una persona corriente, me pregunto cuántas son necesarias, determinantes y comprometidas. Entre todas ellas están las palabras que cambian el curso de una vida, las que uno se arrepiente de haberlas pronunciado, las que se callan por miedo y se quedan quemándote la lengua. La mayoría de las palabras se las lleva el viento, pero las hay malditas que en medio de una disputa familiar o amorosa caen al suelo y ya no hay quien las levante. Las palabras crean un sendero y uno las sigue como un esclavo. ¿Cuándo fue la primera vez que dijiste no? Sin duda, ese fue un gran día. El no te libera, el sí te ata. Unos han venido a este mundo a hablar y otros solo a escuchar, este es el privilegio que distingue a los ricos de los pobres. La verdad no cambia, la diga el filósofo o el arriero, el creyente o el ateo, el juez o el reo, pero según con qué palabras venga adornada una misma verdad te llevará al cielo o al infierno. Las palabras más sólidas e inapelables son, a fin de cuentas, las que masculla entre dientes el sepulturero. Las primeras palabras que el niño oye de su madre quedan grabadas para siempre en alguna mucosa del cerebro. Son muy tiernas, con sabor a leche, pero han causado ríos de sangre solo por atacarlas o defenderlas. Todas las palabras que se ha llevado el viento forman una atmósfera alrededor del planeta que puede llegar a ser muy tóxica. La sabiduría consiste en aprender a respirarlas según su valor y naturaleza. Las hay venenosas, mortíferas como balas que utilizan los tiranos para sembrar la muerte, pero también están en el aire a disposición de cualquiera las palabras que usaron Homero, Virgilio y Horacio para enhebrar sus versos. Unas te salvan, otras te matan. No son más que un poco de aliento que en el mejor de los casos sirve para decir te amo, para decir me muero".
(Manuel Vicent - El País - 20-03-2022)
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