Ingrid Tusell |
El texto que comentamos esta semana conecta con la realidad de los inmigrantes. La columna de Pepa Bueno fue publicada hace tiempo, pero tiene un hueco habitual en mis clases por su aportación positiva a la interpretación social que hacemos del fenómeno migratorio. Coincide oportunamente con el Día Internacional del Migrante y el tema propuesto para 2021: "Aprovechar el potencial de la movilidad humana".
"Sin inmigrantes, España se pararía. Muchos padres deberían reducir su jornada o renunciar al trabajo para criar a la prole. O para atender a sus ancianos. Además, deberían incluir en su jornada laboral la limpieza del centro de trabajo. La fresa se pudriría en Huelva y el tomate en Almería sin manos que los recogieran. En el súper, nos serviríamos directamente del almacén, a falta de reponedores en las estanterías. Adiós al boom inmobiliario, esta vez de verdad, por falta de mano de obra. Imposible subir una bombona de butano a un tercero sin ascensor. En los bares, ni tostada ni café. Muchos tendrían que cerrar. Los ingresos de la Seguridad Social temblarían con ese español y medio que aportamos al mundo productivo cada pareja "de las de aquí de toda la vida"... Y así podríamos ir citando, una tras otra, las parcelas en las que marroquís, ecuatorianos, rumanos, bolivianos se han vuelto imprescindibles. La convivencia con los inmigrantes que han llegado a España buscando los empleos que nosotros no queremos o no podemos desempeñar nos ha aportado, además, otras cosas: palabras, colores, sabores, músicas, experiencias nuevas y sorprendentes.
Conviene no olvidar nada de esto ahora que, en el fragor de la campaña electoral, solo hablamos de la inmigración como problema. Conviene recordarlo cuando conozcamos a alguien que tiene una empleada a la que no le paga la Seguridad Social o contrata una reformilla sin factura para su cuarto de baño o alquila a precios astronómicos una vivienda a familia por habitación. Conviene recordar esos pisos atestados de gente cuando nos preguntemos por qué los inmigrantes invaden los parques los domingos. La inmigración plantea desafíos. La convivencia los plantea siempre. Mucho más cuando se ponen en común universos lejanos, que estimulan el miedo atávico al diferente. Sobre todo cuando se otean dificultades y los más frágiles económicamente se disputan los servicios. Cerrar los ojos a esta realidad es un error, pero arreglarlo solo con mano dura es imposible".
"El Periódico", 14 de febrero de 2008