En el Día Internacional del Libro Infantil recordamos las palabras reivindicativas de Neil Gaiman:
"Los escritores – especialmente los escritores para niños,
pero todos los escritores- tenemos una obligación hacia nuestros lectores; es
la obligación de escribir cosas verdaderas, lo cual es especialmente importante
cuando creamos historias de personas que no existen en lugares que nunca
fueron. Debemos comprender que la verdad no es lo que ocurre sino lo que nos
dice acerca de quiénes somos. La ficción es la mentira que cuenta la verdad, al
fin y al cabo. Una de las mejores curas para el lector reacio, a fin de
cuentas, es un cuento que no pueda dejar de leer. Y aunque debemos contar a
nuestros lectores cosas verdaderas y darles armas y armadura y transmitirles la
sabiduría que hayamos ido recopilando en nuestra corta estancia sobre este
mundo verde, tenemos la obligación de no predicar, de no sermonear, de no
introducir a la fuerza por el gaznate de nuestros lectores moralejas y mensajes
predigeridos, como los pájaros adultos alimentan a sus bebés con gusanos
premasticados; y tenemos la obligación de nunca, jamás, bajo ninguna
circunstancia, escribir nada para niños que no quisiéramos leer nosotros
mismos.
Tenemos la obligación de comprender y de reconocer que como
escritores para niños estamos haciendo una labor importante, porque si la
fastidiamos y escribimos libros aburridos que hacen que los niños salgan
espantados de la experiencia lectora, habremos mermado nuestro propio futuro y
reducido el suyo.
Todos nosotros – adultos y niños, escritores y lectores-
tenemos la obligación de soñar despiertos. Tenemos la obligación de imaginar.
Es fácil hacer como si nadie pudiera cambiar nada, como si estuviéramos en un
mundo en el que la sociedad es tan enorme que el individuo es menos que nada:
un átomo en una pared; un grano de arroz en un arrozal. Pero lo cierto es que
los individuos cambian su mundo una y otra vez, los individuos hacen el futuro
y lo hacen imaginando que las cosas pueden ser distintas.
Echad un vistazo a vuestro alrededor. Parad por un momento y
mirar la habitación en la que os encontráis. Voy a señalar algo tan evidente
que suele olvidarse. Es esto: todo lo que veis, incluidas las paredes, fue, en
algún momento, imaginado. Alguien decidió que era más fácil sentarse en una
silla que en el suelo e imagino la silla. Alguien tuvo que imaginar la manera
de que yo pueda hablar con vosotros ahora mismo en Londres sin que nos llueva
encima a todos. Esta habitación, y las cosas en ella, y todas las demás cosas
en este edificio, esta ciudad, existen porque, una y otra vez, algunas personas
imaginaron cosas.
Tenemos la obligación de hacer que las cosas sean bellas. De
no dejar el mundo más feo de lo que nos lo encontramos, de no vaciar los
océanos, de no dejar nuestros problemas para la siguiente generación. Tenemos
la obligación de recoger nuestra basura y nuestro desorden, y de no dejar a
nuestros hijos un mundo echado a perder, timado y mutilado.
Tenemos la obligación de decir a nuestros políticos lo que
queremos, de votar en contra de políticos de cualquier partido que no entiendan
el valor de la lectura en la formación de ciudadanos que valen la pena, que no
quieran actuar para preservar y proteger el conocimiento y fomentar la
competencia lectora. No es cuestión de política de partido. Es cuestión de
humanidad común.
A Albert Einstein se le preguntó una vez cómo podíamos hacer
más inteligentes a nuestros hijos. Su respuesta fue al mismo tiempo sencilla y
sabia. “Si queréis que vuestros hijos sean inteligentes”, dijo, “leédles
cuentos de hadas. Si queréis que sean más inteligentes, leédles más cuentos de
hadas." Comprendía el valor de la lectura, de la imaginación.
Espero que podamos dar a nuestros niños y niñas un mundo en
el que lean, en el que se les lea, en el que imaginen y en el que
comprendan".