![]() |
| Imagen: Aaron Burden |
Leer juntos, en silencio, estrenando
este otoño maravilloso, amarillo y cálido.
Los más afortunados beben
intensamente el sol mientras se adentran en las páginas del libro escogido.
Compartimos un tiempo
privilegiado. Para algunos, exasperante en su lentitud recién descubierta. Para
otros, quizá refugio. Para todos, momento regalado, robado al programa
curricular, al tema “que toca”.
Cualquier actividad que sale de
las aulas y nos lleva hasta el parque nos interroga. ¿Estamos perdiendo el
tiempo?
Dos alumnos no se concentran. Se
miran continuamente, en una interacción muda de resistencia. No piensan dar una
oportunidad a este momento único.
Es evidente que la profesora
busca un momento especial, una revelación, el destello que cruza el silencio
con lo inhabitual. La fe en las palabras que nos llevan a descubrir una
historia, un universo propio, un personaje (tan distinto o tan parecido a mí,
tanto da).
Se oye el susurro de las hojas
temblando antes de caer y fundirse en este amarillo imposible que aún tiene
ecos de verano. Un saltamontes queda atrapado en el velo de una de las chicas y
rompe momentáneamente el hechizo. Los minutos se deslizan morosamente en la
sexta hora de un viernes, que es preludio del bullicio, de la fiesta.
La profesora observa, escucha
voces de otras aulas, coches que pasan, algún pitido… Piensa que solo ella lo
percibe; que ellos, sus alumnos, andarán inmersos en otras voces, muy lejos de
allí, atrapados por una historia que no podrán, no querrán ya, abandonar. Sabe
que esta salida robada no será nunca un tiempo perdido, sino un tiempo ganado a
la monotonía de los días y las horas
repetidas. Un tiempo mágico, nuestro, personal y único, que querremos otra vez
reproducir.
