¿Qué es ser docente?
¿Qué habilidades se le suponen, además de su formación académica?
¿Qué marca la diferencia entre un profesor más y uno que nunca olvidarás?
Javier Barrado, profesor de Historia desde hace más de veinticinco años, ex compañero muy querido en el IES Mar de Aragón, acaba de publicar La escuela, la pecera y el sol de Gengis Kan (Editorial Círculo Rojo). Conforme voy leyendo reconozco su humor, mordaz, irónico, que deja al descubierto muchas contradicciones de esta hermosa profesión.
La crudeza, la dureza de muchas situaciones y tribulaciones de la tarea docente, no anula la enorme ternura con la que Barrado contempla este fluir de vidas adolescentes. Muchas veces el profesor solo es un espectador que asiste a ese momento perfecto de eclosión de la juventud en estado puro. Otras, quizá no tan frecuentes pero altamente significativas por su impacto, puede acceder al mundo personal del alumno. Quizá se produce esa complicidad o esa sintonía que hacen que ese profesor pueda ser un referente vital inolvidable.
Nuestra generación no ha sido formada en corrientes pedagógicas, así que la intuición, la capacidad de arriesgarse, el compromiso personal, han orientado la práctica docente en la selva compleja y diversa que es, que puede ser, un aula. Barrado hilvana, junto a reflexiones sobre el sentido de la docencia, aspectos varios de la vida del profesor, numerosas anécdotas de las que sale airoso, gracias a esa implicación personal que no forma parte del currículo oficial. Bajo una máscara a veces escéptica, a veces desengañada, late un profundo interés por el proyecto vital que contienen estos adolescentes altamente hormonados, tantas veces desorientados, a menudo desatendidos o ignorados.
En definitiva, La escuela, la pecera y el sol de Gengis Kan propone una crónica mordaz, crítica, valiente, sincera, no exenta de provocación, de la vida de aula, esa pecera que es un microcosmos donde se reproducen a pequeña escala los conflictos y contradicciones de la sociedad. Lejos de instalarse en el desengaño o la queja, Barrado agradece el privilegio de poder ser parte de la vida de estos alumnos y reivindica la belleza de esos pequeños momentos que justifican una profesión y, por qué no, una vida. De soslayo, con un humor desternillante, se recoge el sinsentido de algunos claustros o juntas de evaluación, los latiguillos de algunos profesores, el hastío de tantas conversaciones anodinas de pasillo.
En el Día Mundial del Docente recupero a través de esta lectura mi profunda admiración por los maestros vocacionales, aquellos que saben mirar, más allá del pupitre, a los ojos de las personas que tienen enfrente. Como Javier Barrado, con más de veinticinco años empuñando la tiza. Tras leer estas páginas, comprendo mucho mejor la relación tan especial que tiene con muchos alumnos, la sincera admiración que sienten por él, su cariño incondicional.
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