
En la recta final de las vacaciones de verano he recogido en un estante los libros que no leeré de momento. Es un gesto de derrota, pues la columna de títulos ha lucido encima de la mesilla de noche desafiando el equilibrio y retando mi sueño y mi tiempo. Quedo satisfecha de la selección realizada, aunque es a todas luces insuficiente si reparo en todas las páginas que quedan sin leer y que ahora quedarán postergadas por no se sabe cuánto tiempo.

Pienso que, en todo caso, el verano oficial no ha acabado y suspiro por que las obligaciones me permitan rascar un poco de tiempo en el atribulado comienzo de curso. Me digo que vale la pena estirar todas las satisfacciones que nos depara este paréntesis de ocio que son las vacaciones y me propongo mantener por unos días los paseos al aire libre, las tertulias con los amigos sin horarios y también las lecturas, las que no he hecho todavía y las que surgirán como una revelación en el camino. Así, sin darme cuenta, veo que empiezo a poner en marcha la lista de buenos propósitos del nuevo curso...