"Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj"
(CORTÁZAR, Julio: "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj")
Cuando nos referimos en clase a la actualidad de los clásicos es a esto a lo que nos referimos. Cambiad reloj por teléfono móvil y veréis la lectura actual, la escalofriante verdad de este pequeño relato de Julio Cortázar. La enorme dependencia que hemos contraído con estos dispositivos debe hacernos reflexionar sobre nuestras cotas de libertad. Os ofrezco un nuevo pre-texto para la opinión en esta ventana de la asignatura y de paso os comento que los cuentos de Cortázar están incluidos en la lista de lecturas optativas del tercer trimestre. Si os ha parecido sugerente la lectura de este texto, os aseguro que el resto de relatos no os va a defraudar.
En una entrada anterior ya veíamos cómo la publicidad no desaprovecha la intertextualidad con la buena literatura. La voz pertenece al propio Cortázar.
En una entrada anterior ya veíamos cómo la publicidad no desaprovecha la intertextualidad con la buena literatura. La voz pertenece al propio Cortázar.